Cuando visitas Lisboa, una de las cosas que más suele sorprender son sus típicas aceras pavimentadas con mosaicos de adoquines blancos y negros.
Estos suelos de piedra, una de las joyas más emblemáticas de la capital portuguesa, se han convertido en una atracción ineludible para aquellos que tienen la suerte de caminar sobre ellos.
El empedrado portugués, conocido como "calçada portuguesa", es un arte en sí mismo. Elaborado con piedras irregulares, generalmente caliza o basalto, se dispone meticulosamente para formar intrincados dibujos y patrones decorativos.
Este tipo de pavimentación tiene sus raíces en los siglos XV y XVI, pero fue el devastador terremoto de 1755 el que marcó un punto de inflexión en su historia. La ciudad quedó en ruinas y la técnica del empedrado portugués, debido a su complejidad y coste, cayó en desuso durante la ardua etapa de reconstrucción. Sin embargo, como un ave fénix resurgiendo de las cenizas, el empedrado portugués encontró su redención en el siglo XIX, específicamente en 1842.
El empuje para revivir esta antigua tradición fue liderado por el teniente general Eusébio Pinheiro Furtado, quien dirigió a presos en el trabajo de pavimentación bajo su mando como Governador de Armas del Castillo de San Jorge.
Lo que comenzó como un sencillo camino en zig-zag se convirtió en algo inusual y revolucionario para la época. La Praça do Rossio fue una de las primeras áreas que experimentó el renacimiento de este arte, y rápidamente su popularidad se extendió por toda la ciudad y más allá, conquistando incluso a las colonias portuguesas.
Es importante reconocer la labor de los "calceteiros", como se conoce en portugués a los artistas y pavimentadores que llevan a cabo esta tarea meticulosa. Su dedicación y habilidad para dar vida a intrincados diseños merecían un homenaje, y así fue como en 2006 se erigió un monumento al "calceteiro" frente a la iglesia de San Nicolás, en la Rua da Vitória de Lisboa. Este monumento es un recordatorio eterno de su talento y contribución a la identidad cultural de Lisboa.
Reserva tu estancia: Casual Belle Epoque Lisboa.
Estos suelos de piedra, una de las joyas más emblemáticas de la capital portuguesa, se han convertido en una atracción ineludible para aquellos que tienen la suerte de caminar sobre ellos.
El empedrado portugués, conocido como "calçada portuguesa", es un arte en sí mismo. Elaborado con piedras irregulares, generalmente caliza o basalto, se dispone meticulosamente para formar intrincados dibujos y patrones decorativos.
Este tipo de pavimentación tiene sus raíces en los siglos XV y XVI, pero fue el devastador terremoto de 1755 el que marcó un punto de inflexión en su historia. La ciudad quedó en ruinas y la técnica del empedrado portugués, debido a su complejidad y coste, cayó en desuso durante la ardua etapa de reconstrucción. Sin embargo, como un ave fénix resurgiendo de las cenizas, el empedrado portugués encontró su redención en el siglo XIX, específicamente en 1842.
El empuje para revivir esta antigua tradición fue liderado por el teniente general Eusébio Pinheiro Furtado, quien dirigió a presos en el trabajo de pavimentación bajo su mando como Governador de Armas del Castillo de San Jorge.
Lo que comenzó como un sencillo camino en zig-zag se convirtió en algo inusual y revolucionario para la época. La Praça do Rossio fue una de las primeras áreas que experimentó el renacimiento de este arte, y rápidamente su popularidad se extendió por toda la ciudad y más allá, conquistando incluso a las colonias portuguesas.
Es importante reconocer la labor de los "calceteiros", como se conoce en portugués a los artistas y pavimentadores que llevan a cabo esta tarea meticulosa. Su dedicación y habilidad para dar vida a intrincados diseños merecían un homenaje, y así fue como en 2006 se erigió un monumento al "calceteiro" frente a la iglesia de San Nicolás, en la Rua da Vitória de Lisboa. Este monumento es un recordatorio eterno de su talento y contribución a la identidad cultural de Lisboa.
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